Hace algunos días, que la costa desaparecía poco a poco. Solo las Luces del cielo de Lima iluminaron las tres primeras noches y después, allá hacia el Este, desaparecieron para dar paso a la Oscuridad. De ahora en adelante el paisaje es completamente amplio y abierto. Después de haber afrontado los primeros días de calma, aquí estoy en un viento del sector sur-este de 15 a 17 nudos que, si no es del todo todavía estable, por lo menos està presente empujandome hacia mi destino.
El viento parece querer desde ahora acompañar mi ruta y si no fuera por este oleaje atravesado que corta mis desplazamientos con el ala y hace que las horas pasadas en la barra sean extremadamente agotadoras, todo sería ideal. Pero las condiciones ideales no existen y yo esperaba de todas maneras este mar cortante e incómodo sobre todo durante los primeros quince días.
Esto me obliga pues a estar atenta en todo momento, porque si dejo que el kiteboat sea llevado por un oleaje cruzado, éste baila en el agua e impone su ritmo al ala que de esta manera no puede estabilizarse en su espacio de vuelo. Debo entonces jugar con la barra un poco como se sostiene el timón de un auto todo-terreno en un camino caótico y anticipar las subidas vertiginosas del kite tan inesperadas como desordenadas.
Con respecto a la vida a bordo… me organizo día a día y mucho más cómodamente en tanto mi espacio de vida es muy reducido. No necesito tantear para encontrar algo, cada equipo tiene su lugar en función de su importancia. VHF, GPS, baliza Argos y lámpara frontal son accesibles en tan solo segundos… ¡Así como las barras de chocolate, por supuesto! Desafortunadamente, a ojo de buen cubero, mi provisión se agota y dudo que mi «debilidad» dure para esta segunda semana en el mar que se avecina. Esto será una motivación más para no demorarme en la ruta…
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