Habiendo salido de Lima (Perú) el 3 de marzo de 2011, a bordo de su kiteboat Adrien, Anne Quéméré acaba de encontrarse con la Polinesia Francesa ayer miércoles 18 de mayo a las 18h30 (hora francesa) en el punto LON 138°50 O y LAT 15°04 S en el sur del atolón de Napuka. Después de 77 días de una travesía agotadora y 3 792 millas náuticas recorridas (es decir 7023 km), la navegante acaba de entrar en el archipiélago de las Tuamotu que marca el fin de esta aventura excepcional e inédita.
Esta odisea de 2 meses y medio es comparable a la que realizaban los marineros de hace casi dos siglos, que atravesaban los océanos sin ningún medio de comunicación. Como ellos, Anne confió en su experiencia e intuición y supo agudizar sus sentidos con la finalidad de percibir el más mínimo gemido que pudiese ayudarla a anticipar y prever las condiciones meteorológicas, los vientos, el oleaje. ¡Y esto en una soledad absoluta!
Nos dice Anne que o va a ser simple resumir estas largas semanas durante las cuales se encontraba completamente desconectada del mundo. Sin ningún medio de comunicación. Pero como ustedes pueden imaginar, hubieron días «con» y también hubieron días « sin ». Pienso que les basta ver las millas recorridas cada día para deducir cuál podía ser mi humor en el momento, los días a velocidad baja eran aquellos en los que el viento se mostraba discreto, es decir totalmente ausente, y en los que me derretía literalmente debajo de la cabina.
En conjunto, este viaje ha sido más bien trabajoso… ¡Es lo menos que podríamos decir! Los problemas del timón ocurridos el 25 de marzo, las 3 semanas posteriores a mi salida de Lima no facilitaron mi navegación, y la reparación improvisada hecha con los medios de abordo terminó por ceder también algunas semanas más tarde, malogrando de paso otra pieza. El 26 de marzo, mi teléfono satelital se declaraba en huelga y aunque no fuera indispensable para la navegación, me permitía sin embargo estar en contacto con el equipo en tierra, tener una idea de las condiciones meteorológicas que se avecinaban y enviarles noticias continuamente.
También hubieron días fabulosos en este océano Pacífico, días en los que Adrien surfeaba alegremente en un oleaje orientado al oeste y que parecía llevarnos sin ningún esfuerzo hacia nuestro destino. Sé que con el tiempo, estos días me harán olvidar todos los otros en los que dudé, sufrí a veces y ¡solo Dios sabe que han sido varios! Cada día que pasaba, me aferraba a un pequeño detalle, por ínfimo que pudiese parecer: una miriada de peces voladores despegando de un lado a otro de mi embarcación, un vuelo de frailecillos que tocaban con el extremo de sus alas la cresta de las olas y sobrevolaban el Adrien a baja altura, el cielo algunas noches brillaba y se engalanaba de unos colores que no había visto nunca en el Atlántico… Es cierto que la extrema soledad en la que me encontraba fue a veces pesada y en algún momento yo habría dado cualquier cosa por escuchar el sonido de una voz aunque sea algunos instantes (no, no soy Juana de Arco), pero el aislamiento me ha permitido también observar las cosas lentamente y absorber cada faceta hasta en los más mínimos detalles.
Ahora, Anne continúa su ruta remolcada por el velero que fue a su encuentro el domingo pasado, hasta Papeete (Tahití) donde la esperan amigos y admiradores entre el 26 y 30 de mayo próximo antes de partir a Francia.
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