El paraíso para el navegante, infinitos buceos. Desde las estaciones náuticas de Menorca e Ibiza es posible disfrutar del Mediterráneo en estado puro. ¿Qué más se puede decir de Menorca? Reserva Internacional de la Biosfera, isla barrida por los vientos, durante siglos sus costas han sido el refugio de navegantes en dificultades, que no siempre lograron poner a salvo sus embarcaciones, tal como demuestran los numerosos pecios de todas las épocas que salpican sus fondos. Pero la Menorca submarina destaca especialmente por sus grutas submarinas, que han alcanzado renombre internacional, como sucede con la espectacular cueva de Es Pont d’en Gil.
El Pont d’en Gil
Desde Ciutadella hacia el norte, la costa es agreste, azotada con frecuencia por la tramontana,y se eleva en acantilados con numerosas cuevas. El Pont d´en Gil es una larga lengua de tierra, al sur del Cap de Menorca, bajo cuya punta se abre un bello puente natural que permite el paso de embarcaciones.
Justo bajo la bóveda rocosa, una amplia oquedad conduce a la cueva submarina de Es Pont d´en Gil, que se adentra más de 200 m hacia tierra. La abertura inicial da paso a un sifón submarino que, después de unos 40 m, sin sobrepasar los 12 m de profundidad, llega hasta la primera cámara aérea. Existen muchas formas de visitar este escenario.
Una opción consiste en seguir el perfil del fondo sin emerger hasta llegar al final de la cueva, resistiendo la tentación de asomarnos a la superficie, en la que nuestras linternas muestran ya cómo rompen las burbujas. Así avanzaremos más de un centenar de metros hasta superar un segundo sifón submarino (-6 m), que conduce a la amplia cámara aérea que constituye el final de la cueva. Aquí asomamos por primera vez a la superficie y nos maravillamos con la geología de la zona; pero lo mejor está aún por llegar. Regresamos por el segundo sifón y emergemos.
El espectáculo de estalactitas, estalagmitas y columnas nos cautivará, mientras nos dejamos flotar poco a poco hacia la entrada. Cerca del primer sifón, la oscura cámara aérea contrasta con la bella luz azulada del agua que proviene de la lejana entrada. En esta zona de la cueva es posible salir fuera del agua para caminar un poco entre las columnas, estalagmitas y estalactitas.
Descubriendo el Pont d’en Gil
En verano de 1952, tres buceadores (el famoso Eduard Admetlla y su hermano Enrique, junto a Roberto Díaz), nadaban junto a estos acantilados cuando divisaron la oscura entrada de una cueva submarina. Al descender al fondo, encontraron la abertura de un sifón submarino que empezaron a explorar con la ayuda de sus linternas. Tras recorrer unos 40 m, llegaron a una zona en la que las burbujas, en vez de chocar con el techo de la gruta, se perdían en la oscuridad. Sin embargo, al ascender en busca de la previsible cámara aerea, encontraron una inesperada termoclina que daba paso a un agua de temperatura glacial. Hay que recordar que ninguno de los tres llevaba traje de inmersión, así que el shock térmico hizo desistir de continuar a Roberto Díaz y a Enrique Admetlla. De todos modos, Eduardo Admetlla decidió seguir avanzando. Su recompensa fue encontrar la extraordinaria bóveda que ha hecho mundialmente famoso al Pont d´en Gil. Por supuesto, después de su hallazgo este explorador salió en busca de sus compañeros y les convenció para compartir el descubrimiento.
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