Todos nos temíamos lo peor, pero nadie se atrevía a confirmarlo. Al final el tiempo nos ha traído la triste evidencia, como me reconoció ayer mi experimentado instructor de buceo: Pancho, el pez más famoso y querido de Canarias, ha muerto. O lo han matado, que es seguramente lo más probable.
Para quien no lo conociera, Pancho era un descomunal mero de 40 años, tan grandote como pacífico. Estrella indiscutible de la Reserva Marina del Mar de Las Calmas, en la isla de El Hierro, vivía en una zona apodada El Desierto, precisamente porque no había en ella prácticamente nada, salvo el buen Panchito.
No siempre estuvo solo. Hasta hace cinco años vivía con su novia de toda la vida, por nombre Natalia. Pero la pobre cayó en manos de los pescadores furtivos (en esa zona está prohibida la pesca), quienes ajenos no sólo a la gran riqueza natural que esta especie supone para el ecosistema, sino también a su interés económico como atractivo turístico, se hicieron con ella una triste merienda. Todo parece indicar que Pancho haya seguido el mismo y trágico camino.
Desde hace cuatro meses nadie ha vuelto a verlo en su cueva. Animal muy territorial, sólo la muerte lo ha podido apartar de su cita diaria con los submarinistas. Al conocerse la noticia, los restaurantes de La Restinga se han negado a servir mero en sus platos, dejando así constancia de su compromiso con el medio ambiente, pero alejando también toda sospecha de que estuvieran sirviendo los restos de quien siempre fue para ellos un símbolo muy querido.
Nos queda su imagen, una y mil veces repetida en un famoso vídeo con el que una televisión introduce en Canarias los espacios publicitarios, pero lejos de animarnos nos produce pena. ¿Cómo podemos estar tan ciegos? Pescando estos viejos peces no sólo matamos un portento de la naturaleza. También acabamos con un símbolo de la relación sostenible entre el hombre y el mar. O quizá sea precisamente eso. Que dicho vínculo no existe.
Una verdadera lastima, Grupo Navega siente mucho su desaparición…Eso es lo que pasa cuando con la mejor voluntad y cariño damos de comer y nos hacemos dignos de su confianza a esta y otras especies salvajes. Debido a su gran tamaño y a ser un animal curioso, no es difícil encontrar un mero gigante y acercarse a él. Esto ha sido muy desafortunado para la especie, pues permite que los meros sean arponeados y pescados con mucha facilidad, por desaprensivos que no ven «mas allá de sus narices». El exceso de pesca ha reducido las poblaciones de meros gigantes a tal punto que actualmente se los considera en grave peligro de extinción y su pesca ha sido prohibida en las aguas de los Estados Unidos y de varios países del Caribe.
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